sábado, 11 de abril de 2009

OBAMA Y LA NECESIDAD DE LÍDERES (II)

El nacimiento de Barack Obama al mundo político internacional puede constituirse como un ejemplo de lo que anteriormente se exponía en relación con la necesidad de líderes que preside el pensamiento político humano. En Obama se han depositado insustanciales espectativas y esperanzas referidas a su capacidad de resolución de cuantos males acucian a la maltrecha humanidad, espectativas y esperanzas que no responden a base empírica alguna ni a motivos firmemente argumentados sino a la irracional e incondicional entrega los líderes carismáticos que los miembros de la sociedad actual conservan en su subconsciente como una reliquia del pasado más remoto de la que convendría desprenderse lo más rápidamente posible. Decimos esto porque una cosa es la delegación de la gestión y dirección social en una o algunas personas, lo cual es evidentemente necesario, y otra, muy distinta, es la atribución incondicional a otro ser humano de todas las virtudes implícitas en los seres superiores sin que medie justificación alguna. Es la desesperación y la falta de dominio del tejido con que se conforma la sociedad lo que empuja a los miembros de esta a idolatrar a aquel o aquellos que aparecen como iluminados con la promesa de obrar maravillas mediante el uso no se sabe bien qué ungüentos milagrosos. Esto, en nuestra opinión, es malo. Pero aún peor es que la investidura como ser magnífico que se realiza en la persona de algunos líderes políticos viene aconsejada por medio de intermediarios, es decir, no nace del sentir popular, sino de la opinión que los mass media y otros lobbies semejantes insertan en el consciente y subconsciente colectivo.
En la cumbre del G-20 de reciente celebración, el Presidente de la República Francesa y el de los Estado Unidos de América, los ínclitos Sarkozy y Obama, han tomado las riendas del caballo desbocado que es la política internacional, asumiendo los roles de sanadores oficiales de las enfermedades crónicas del sistema social actual. El problema más acuciante: la economía. Pues bien, poco se ha hablado de soluciones al respecto, sí se ha hecho de defensa y colaboración mutua, lo que en lenguaje político significa "si tu me apoyas en mis decisiones, por disparatadas que sean, yo lo haré en las tuyas, por disparatadas que sean también". Alan Smith y su mano invisible no estuvieron en el G-20, pero hubieran sido de gran ayuda para los líderes internacionales, con los mentados a la cabeza del grupo, en el esclarecimiento de algunos puntos económicos de difícil solución. Quizá su hipotética e imposible asistencia no hubiera sido más que un añadido del mismo color que la pintura de las paredes del exprimido sistema capitalista.
El beneficio de la duda es de todo punto importante a la hora de dejar en manos de una persona la dirección y gestión de la sociedad, pero la atribución apresurada, desesperada e ignorante de toda virtud a de quien nada se conoce no es más que la muestra de la existencia de una parte oscura, irracional y primitiva, aún subsistente, en la masa gris del cerebro de la humanidad. Así pues, cautela. Cautela porque el sistema financiero manda y lo hace con dinero, y el dinero suele estar por detrás de muchas convicciones cuando es una entelequia, pero pasa a estar delante de casi todas cuando se convierte en algo que se puede tocar, mover y gestionar.

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